hijo prodigo

Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; (Lucas 15:18-19)

Quizás sin querer ser reiterativo, ni obsesivo, pero, bien vale la pena considerar una vez más que el evangelio comienza por nosotros, a pesar de la universalidad de un evangelio para todos, nunca deja de tener un carácter considerablemente personal, Dios trata en primer lugar con nuestro corazón antes que, con la multitud, porque Dios desea, anhela sobre todo un trato personal.

Los cambios verdaderos no comienzan a originarse una vez que llegamos a casa del Padre, se originan antes; cuando el hombre, la mujer entra en si en cuanto a su Padre eterno, y decide levantarse, y caminar hacia él, ya algo está sucediendo en el mundo espiritual, en lo personal, el evangelio no se impone desde afuera, sino que irrumpe desde adentro, lo veo como pequeñas capsulas expansivas de conocimiento y vida semillas de eternidad escondidas en palabras comunes y ordinarias, misteriosas al final que solemos pasar por alto, pero que cuando son activadas producen una explosión en la conciencia de cada uno que nos despierta al misterio de la gracia, de la libertad, de la redención, que nos envuelve llevándonos a un futuro lleno de esperanza, de vida que nos estaba esperando desde el ayer mismo.

No me tome por loco en su razonamiento lógico, pero, quizás sí, ya he enloquecido, ahora disfruto mi locura y vivo mi razón, mi lógica desde otro punto y doy gracias a Dios por vislumbrar ese mundo de espiritualidad, de fe, de esperanza y amor, pero sé, he aprendido, que cuando alguien entra en si con el Padre de las luces, es cuestión de tiempo, un milagro silencioso ha sucedido, invisible a los ojos de todo hombre, pero la semilla ya está en el corazón, es ahí donde la obra de Dios comienza en el ser humano, antes inclusive de que de el primer paso físico hacia Dios se dé; que maravilloso misterio, un Dios que nos está buscando, un Dios que esta caminando hacia nosotros antes que nosotros emprendamos el camino hacia él.

En ocasiones me mimetizo en la palabra de Dios adoptando o queriendo adoptar la proyección de la palabra con el fin de pasar desapercibido, invertido, despistado, esto es a consecuencias que muchas veces me doy cuenta que estamos saturados de fórmulas, de credos, de reglas, de liturgias, hacia los demás, que hacemos que esas pequeñas cápsulas con palabras detonantes queden ignoradas, o extraviadas sin poder encontrarnos, porque ella no necesitan ruido, no necesitan prisa, no necesitan presión, solo necesitan presencia, presencia de Dios haciendo crecer la semilla de la buenas nuevas de salvación.

La importancia de nuestras propias decisiones, nuestras propias actitudes, cualidades o modos de ser, este texto bíblico sacado, tomado de la parábola del hijo prodigo nos esté señalando en su contexto el verdadero peso de las decisiones personales de un individuo quienquiera que sea y como se encuentre, el despertar, la vida de una conciencia, la autonomía es la verdadera fuerza, poder hacia una transformación real donde Dios nos recibe de brazos abierto y nos corona de favores para que podamos disfrutar de su casa, de su reino y de todo lo que ha preparado para nosotros.

No me juzgue, no me tome por alguien que piensa a la ligera, o por alguien que le da lo mismo decir una cosa que otra, lo que me conocen saben que pienso así, la conversión es fruto de una toma de conciencia marcada con una perspectiva de lo que piensa y quiere Dios de nosotros, el evangelio no es solamente proclamarlo, hay que encarnarlo, incorporarlo, hay que vivirlo, no podremos llevar a otros donde nunca hemos llegado, Pablo apóstol de Jesucristo nos dice:

¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que, habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.

                                                      1 Corintios 9:24-27